Una día con Lamborghini Huracán

Los sueños son un concepto no palpable que nacen chiquitos en el núcleo del deseo, crecen en la conciencia y explotan en el pecho. Un gran porcentaje de esos sueños se diluyen y se extinguen a través de la sangre, perdiéndose por algún rincón de nuestro ser. Pero hay otros que, si encuentran la pócima adecuada, toman fuerza y resurgen. Normalmente, este complicado proceso lo realizan magos o personas con mucho corazón como mi amigo Jordi Gil Fernández. Bueno, a él  no se le conoce como ilusionista pero sí como deportista, modelo y emprendedor incansable de alma de terciopelo. Jordi está llevando a cabo su propio sueño que es el de cumplir los deseos de los demás. Por ello, está preparando un programa en el que un deportista que haya superado alguna enfermedad o tenga una discapacidad, realice un reto y que dicha persona sea apadrinada por un famoso. De esa manera, nace la iniciativa de invitarme al “Circuit de Catalunya”.

Soy una mujer muy intrépida, me gusta volar, subirme al pico más alto, sentir la velocidad… Le he dado vueltas buscando alguna razón a mi coraje, mi carácter reflexivo ha llegado a la conclusión de que, si soy así, es porque nací tranquila y, sin darme cuenta, unos años después, estaba sentada en una silla de ruedas.¿Cómo decís? ¿Qué no le veis la similitud? Pues existe, estad seguros de que hay una relación. Vivir como yo vivo, es sentirte fuertemente agarrada al suelo y a la vez, estrechamente unida a las cuatro ruedas. También, es observar a la gente desde un ángulo diferente, percibir sus emociones, sentir la vertiginosa rapidez del mundo caminando delante de mí… Por eso, Jordi me regaló el sueño de pasar un día en el box de Lamborghini, donde todo giraba alrededor de Isaac y su triunfador Huracán. No me lo pensé dos veces y, me dije: ¡Aventura! ¡Movimiento! ¡Velocidad!…

¡La creación de una gran sonrisa!

La aventura comenzó una mañana de septiembre, cuando mi hermano Sergio y yo partimos de casa con el corazón latente de curiosidad y ansiedad. Navegamos por un espejo de asfalto dirigiéndonos al Circuit de Catalunya en Montmeló. Una vez allí, aparcamos muy cerca de los boxes y al salir del coche alcé instintivamente la vista al cielo. Suelo mirar hacia arriba para escapar de mi nerviosismo, para pedir fuerzas al aire, un simple acto reflejo que siempre me ayuda a encontrarme con mí yo más íntimo. Vi el cielo vestido de pesadumbre, sus nubes negruzcas amenazaban con llorar y llorar.  Pero hoy sería un día  especial en el que no entraba esa posibilidad. ¿Llover? ¡No! Jordi Gil y Jordi Muñoz, su amigo y colaborador más estrecho, me daban seguridad, y junto a mi hermano, uno de los pilares fundamentales de mi vida, crearíamos una gran sonrisa para resguardarnos de las lágrimas del cielo.

Cámara, luces y… ¡Un sueño!

Pese a tener un carácter aventurero, me avergüenzo cuando me pongo delante de una cámara, me siento expuesta a las críticas, elogios y miradas de la gente, me da vértigo ser la protagonista de algo que no sean mis relatos o mi vida. Hace algunos años, escuché una frase que me quedó impregnada en la piel como un tatuaje: “Los escritores somos actores tímidos”. La frase me pareció muy acertada, pero ese día tuve que dejarla a un lado, porque en el momento de saludar a Jordi Gil, delante de nosotros habían dos cámaras. Curiosamente, mi nerviosismo desapareció tras sentir su abrazo limpio. Hacía meses que no lo veía, y aunque día a día lo tengo presente, me hizo ilusión reencontrarme con él. Intenté saludar a Jordi Muñoz, pero él, como buen profesional de la fotografía, estaba coleccionando momentos. Por un instante, me fijé en una pequeña y tímida sonrisa asomada detrás de la cámara; era la sonrisa de niño bueno que tanto dice de él. Su discreto talante, su responsabilidad, su saber estar, son las fieles virtudes que acompañan al fotógrafo por la vida. Junto a Jordi Muñoz estaba Quico, un hombre ancho, muy terrenal a la hora de grabar con su cámara y un loco estupendo en sus conversaciones triviales. A Quico solo lo vi ese día y mi intuición me anunció que se trataba de un tipo genial.

El box: un héroe y su dragón

La vida en el box de Lamborghini es trepidante; pies apresurados, decenas de neumáticos, las tablets más modernas, bidones que huelen a velocidad, ágiles manos con herramientas voladoras… y, un puñado de corazones mirando hacia la misma dirección. En medio de toda esta frenética actividad, estaba él, un magnífico dragón amarillo y verde llamado Sueño, conocido por todos como Lamborghini Huracán. Su gran panza reposaba en una plataforma que lo elevaba del suelo, me lo imaginé un poco enfadado al observar como sus ruedas giraban enloquecidas en el aire. Impactaba tanto su personalidad que, por un momento, olvidé que tenía las cámaras grabándome, Jordi Gil dándome información del automóvil y Sergio flotando de admiración sobre mi cabeza. En ese momento, no pude evitar compararlo con la insignificante sencillez de mi silla de ruedas. Ojalá algún día la industria de los aparatos ortopédicos diseñara una silla de ruedas tan magnífica como el dragón llamado Sueño.

Si aquel día tenía que tener un protagonista, no sería ni yo, por mucho que tuviese a Jordi Muñoz y a Quico “pisándome las ruedas”, ni el flamante Lamborghini Huracán. El protagonista indudable era Isaac Tutumlu, dueño y piloto de aquel gran animal espléndido que escupía fuego con la fuerza de seiscientos volcanes igual que su potencia repartía infinidad de fantasías.

Isaac resultó ser un héroe medieval, de rostro amable, cabellos castaños, alto y ancho de espalda, de paso firme y atlético. Pensé que quizás para dominar a una bestia de esa envergadura se necesitaba tener una fuerza y resistencia superiores. Cuando Jordi Gil me lo presentó, me pareció un hombre muy seguro de sí mismo, con una gran educación y un trato muy cercano. Isaac me dio a conocer a su dragón: separó  el volante de las entrañas del animal y me explicó sus funciones con la pasión de un padre orgulloso. También supe que le estaban mermando potencia al motor, ya que era el coche más veloz que con toda seguridad podía aterrorizar a los demás. Al mismo tiempo, tuve la ocasión de conocer a su fisioterapeuta, encargado de ayudar a fortalecer sus músculos y mantenerlos sanos, a una legión de mecánicos mimando las pulsaciones del coche a fin de que los entrenamientos de ese día resultasen exitosos. Pude comprobar como el héroe y su Huracán rugían velozmente en el gran circuito.

Más tarde, Jordi Gil y yo entrevistamos a Isaac mientras nos filmaban. Bueno, más bien, fue Jordi el que le hizo las preguntas, yo estaba absorta descubriendo aquel nuevo mundo que me dejaba sin palabras.  Mi filosofía es intentar conectarme con el lugar en el cual me hallo y vivirlo como si no hubiese mañana, porque sé que mi discapacidad no es ningún obstáculo para sentirla, saborearla y vivirla a tope. Aquella mañana de septiembre fue espectacular y, tras caer unas gotas de lluvia, finalmente pude observar, flotando en el aire, aquella gran sonrisa que construimos entre todos.

¿Sabéis una cosa? Jordi me hizo descubrir la similitud entre Isaac y yo. Nosotros, a pesar de tener unas vidas tan diferentes, éramos parecidos: su Lamborghini es su medio de vida y mi silla es mi vida. Ambos nos mantenemos unidos sobre cuatro ruedas, una pasión que nos empuja a llegar a la meta. La meta de nuestras vidas.

Dedico este texto a Isaac Tutumlu. Gracias por tu amabilidad y hacerme saber que existe otro mundo sobre ruedas.

Y a Jordi Gil y Jordi Muñoz por estar presentes día a díen mi vida. Por enseñarme otro idioma y lenguaje; el idioma de las sonrisas y el inevitable lenguaje de los sueños.

 PILI EGEA

Pili Egea

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