Y UNA COSA LLEVA A LA OTRA…

Ya ha empezado oficialmente la campaña de las elecciones municipales, así que preparaos para ver hasta en la sopa a candidatos extremadamente sonrientes, visitas postizas a fábricas y residencias de ancianos, cifras y contracifras imposibles de cotejar, promesas que se las lleva el viento huracanado, elogios desmesurados, descalificaciones barriobajeras, telediarios teledirigidos y la primera etapa de la Gira 2015 de los principales líderes políticos, que recorrerán las grandes ciudades de mitin en mitin y tiro porque me toca.

Los presidentes y secretarios generales de los partidos dan tantas vueltas arropando a los alcaldables que al final uno echa de menos un Doodle de campaña para no perder el hilo de su omnipresencia. Además, por mucho que los intentes seguir, cuesta mucho aclararse en quién es realmente quién y, sobre todo, en qué quieren de nosotros, los pasmados electores.

A mí, con Pablo Iglesias y Podemos, me ocurre lo mismo que con Tom Cruise y “Misión imposible”: sus acciones y argumentos me entretienen e incluso me emocionan, pero no me los acabo de creer. No es como con los grandes partidos, PP y PSOE, que a esos no me los creo nada de nada. No quisiera hacer leña del Rato caído, pero Rajoy es malo incluso haciendo de malo, no cuela; es un villano pésimo como Pierre Nodoyuna. Y Pedro Sánchez no se corta y lo promete todo, y todos sabemos lo que duran las promesas de los líderes socialistas en cuanto toman el poder: mucho menos de lo que tardan en ocupar cargos directivos en empresas privadas cuando dejan el gobierno, que mira que ya es poco.

Y no puedo dejar de lado al President Mas, que, con sus intrépidas hazañas más allá de las fronteras, cada vez se parece más a Luke Skywalker con complejo de Buzz Lightyear, ni a Cayo Lara, que me recuerda a un tío mío prejubilado por Fecsa que se apunta a todas las asociaciones para no aburrirse en casa, ni a Albert Rivera, que menuda crisis de crecimiento está viviendo: empezó anunciándose en pelotas, luego la ropa de diputado de la Generalitat le quedó grande y ahora, que todo le va pequeño, no sabe qué chaqueta debe cambiarse para salir bien en la foto. ¡Uy, me olvidaba de Rosa Díaz! Bueno, ¿y quién no?
El dilema siempre es el mismo: ¿a quién votar, entonces? Allá cada uno con su conciencia. En el día a día, elegimos ver o escuchar a líderes de índole diversa como Wyoming, El Cholo, Jorge Javier Vázquez, Melendi, Arguiñano, Jiménez Losantos o Sor Lucía, pero cuando llega el día de las elecciones dejamos de creer en milagros y nos olvidamos de los Mesías de cabecera para pasar a la ley del mínimo esfuerzo y votar a los de siempre o, peor aún, ni nos movemos del sofá y practicamos una abstención morriña style de dudosa motivación estratégica.

Estoy harto de oír los discursos de los candidatos en la noche electoral lamentándose de la baja participación y asegurando que, durante los siguientes cuatro años, trabajarán duro para implicar más a la ciudadanía, para luego no sólo no hacer nada al respecto, sino que son ellos los principales desmotivadores por sus acciones alejadas de la realidad del pueblo, por el caso omiso que hacen a sus propios programas electorales y por protagonizar tantos casos de corrupción que esta palabra ya debería ser admitida en la RAE como sinónimo de “política” y también de “caradura”.

Así que, a falta de otras medidas sensibilizadoras, quizás habría que obligar por decreto a instalar un resorte marca ACME en asientos, sillones y tumbonas que en la jornada electoral produzca una descarga eléctrica en el culo a los que no mueven su ídem para ejercer el principal de los derechos y deberes democráticos. ¿O sería mejor instalar cómodos sofás en los colegios electorales y reproducir la estampa del inicio de los episodios de Los Simpson para asegurar una participación lo suficientemente elevada como para legitimar los resultados?

En cualquier caso… ¡Votad, votad, malditos!

Víctor Peté