La locura es la refinada premisa de un argumento que ni se produce en serie, ni se memoriza, ni se repite. Un ser único. Un ser afligido, apocado, adinerado o rebelde, presa fácil de un pensamiento que se distorsiona hasta la saciedad y que vuelve por sus fueros empujado por un Yo interior que nadie ve más allá de los salvajes trazos de un cuadro y que nadie intuye más allá de la tensión de los colores y las sombras que -lejos de ser bonitas- sólo son sombras.
Hoy vamos a saludar a Edvard el enterrador, el tipo al que todos llegamos caducados, trajeados y vacíos. ¡ Saludos Edvard ! Apúntame en tu agenda pero no me esperes despierto, hoy sobrevivo seguro, hoy tengo una cita con la relatividad, hoy mi movimiento es pendular.
Pintar es una actividad que empieza en las ideas. Es decir, la parte técnica es el abecedario, el resultado final son las palabras que compones con ese abecedario y como todos sabemos, usar palabras es pensar y pensar es usar palabras. El verbo nos ha hecho humanos y el arte antes del verbo es algo a lo que ya no tenemos acceso, por lo tanto: piensa, habla y pinta, si no lo haces tus cuadros pueden parecer vacíos y lo que es peor, tú podrías estar vacío.
Después de muchos años pensando -y otros tantos pintando- he llegado a la conclusión de que el único discurso posible es el de la locura, ese que se genera contracorriente, que te aísla de las conclusiones establecidas y que genera una interpretación propia que días después vuelves a reinterpretar hasta llegar al punto donde lo dejó Descartes y sobrepasado este, formulas ” pinto luego existo” así nadie tendrá dudas de que has estado atento a ti mismo y tu cuadro será algo que leer y no sólo algo que mirar.
Pero todo esto ni depende exclusivamente de ti, ni se trata sólo de escuchar al espectador, porque el espectador y tú podéis mentiros o simplemente ignoraros. De ordinario mucha gente no sabe lo que ve -no sabe interpretar- por lo tanto no sabe expresar, por lo tanto has de confiar en que no estés sometido al engaño, por acción u omisión, de una persona o de miles. La mejor solución suele ser morirse; una vez muerto el juicio parece menos ligado a los demonios ajenos y por supuesto, menos ligado a los tuyos propios. Pero una vez muerto ¿a quién le importa lo que decías en tu cuadro? Pues a muchos, tu obra te sobrevive y queda como una parte de los hechos -tus hechos- la parte más notoria del engaño, la parte más notoria del Ser. Descansa en paz, si puedes, porque los demonios habitan a ambos lados.
Hasta aquí todo parece una huida hacia adelante, pero no lo es, sólo es un ir y venir, nada lineal hay en todo esto. No existe ningún tipo de evolución; una vez tienes el poder del abecedario en tus manos, repetirás millones de palabras y miles de frases, dejarás de andar hacia adelante; irás, volverás y al final se parará el péndulo y tu camino habrá sido tan corto como era de prever, una vida salpicada de colores que se acarician o se apuñalan y siempre pendiente del día en que llega tu ineludible cita con Edvard, al cual llegarás indudablemente vacío y tristemente sanado de tus locuras.
Luis Díaz de Pedro.
Con un vaso de absenta.