Después de regresar de mi primer viaje a Buenos Aires, volví con una agradable sensación de pertenencia. Los edificios y las calles arboladas me recordaban tanto a mi ciudad y su gente me trató con tanto cariño, que tuve añoranza extrema durante varios meses.

Una de las vivencias que más extrañé, fue la posibilidad de salir a las 4 de la mañana y entrar en un Restaurante a comer. Abiertos algunos las 24 horas, pueden coincidir al mismo tiempo los comensales que toman un fabuloso “matambrito tiernizado”, con los primeros desayunadores de “medias lunas y café con leche”. Tomar un taxi a esa hora de la madrugada un sábado y atravesar la ciudad, entraña la misma dificultad que hacerlo al mediodía en hora punta.

Aprendí un truco que me enseñaron los lugareños en esos días de julio. Aunque allí empezaba el invierno, me serviría al llegar porque aquí era pleno verano…. Se trataba de entrar en el Hotel más lujoso que puedas encontrar, por supuesto ataviado con ropa adecuada a tal efecto. Si tienes buen porte, sirve ropa sport y lo más importante de todo es la actitud: Te abre todas las puertas y si no recordad a Ricardo Darín en “Nueve Reinas”. Después de los consabidos saludos a los recepcionistas, conserjes y demás personal, nos dirigimos al salón con butacones y sofás más cómodos que divisemos. Tomamos la prensa del día y esperamos leyendo tranquilamente. El atento camarero no tardará en acercarse a preguntar ¿Señor, desea tomar algo? Y nosotros contestaremos: Sí, por favor… tráigame un café sólo. Aquí puntualizo que podéis añadirle según vuestro presupuesto, otras modalidades que van desde el cortado al macchiato, pasando por el fabuloso capuccino. Podemos leer nuestro periódico preferido gratuitamente y en un entorno inmejorable, por supuesto sin pasar calor.

Si ya lo estáis practicando, os felicito. Si no, os animo a que lo hagáis, porque ayer vi bastantes butacas y sofás vacíos con varios ejemplares expuestos esperando a ser leídos.

Xavi Carrasco Bayarri

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