¿Qué pasaría si un pie se fugara de un  cuerpo y se llevara consigo un cachito de alma de su dueño? Nunca me había asaltado esa duda, pero al conocer a Kahlito comencé a mirar mis pies de un modo distinto. Él era un pie que pisaba fuerte en la vida; me explicó su historia.
Kahlito escapó del cuerpo de Frida Kahlo, fue en 1954, para evitar ser amputado. El pie se desprendió de la pierna de la pintora al igual que lo hace una uva del racimo. A las pocas semanas, cuando estaba vagando por las calles, se paró delante de un hombre que vociferaba las noticias del día. El pie se acercó disimulado y lo que vio en los titulares le estremeció terriblemente. Su dueña había muerto esa madrugada. Ya no tenía razón de vivir. Sin ella ya no existía nada. Desvalido, pálido y sin olor alguno, a Kahlito le costaba más vivir. Una radiante mañana de principios de agosto, planeó suicidarse.
Kahlito fue calle abajo en busca de algo cortante entre las basuras. Por fin después de revolver los deshechos de los ciudadanos, el desgraciado pie encontró una cuchilla de afeitar. A saltitos fue hacia una esquina polvorienta y con olor a orines, con sus deditos cogió la herramienta y poco a poco la levantó. Pero el pobre pie no pudo ejecutar su propósito, tenía los deditos tan cortos que por mucho que se esforzara no podía llegar al tobillo. Lo probó una y otra vez pero todos sus intentos fueron fallidos. No había manera de hacerlo. Triste y acabado Kahlito volvió a intentar en los días siguientes diferentes maneras de suicidarse; probo a ahorcarse saltando para llegar a una cuerda donde había ropa tendida, pero de tanto saltar se hizo un esguince y lo dejó por imposible. En otra ocasión se tiró en medio del desfrenado tráfico de la ciudad, y cual sería su sorpresa cuando todos los vehículos lo evitaba.
Pasó otro mes mendigando por las calles, muy hundido, con unas grandes ojeras en las yemas de los dedos y dejando un rastro a queso rancio allá por donde pasaba. Kahlito por fin, determinó ir a Acapulco; había oído que allí estaban unos acantilados imponentes desde los que la gente practicaba saltos. Y  él no sabia nadar, cosa que era perfecta para su plan. Estuvo muchas horas bajo un sol abrasador, acabo de dos horas en una carretera solitaria, consiguió subir en el remolque de una camioneta con matrícula de Acapulco. Tras un día de viaje que le pareció eterno, llegó a su destino. El instinto y mucho esfuerzo físico le guiaron hasta la base del acantilado. Escaló poco a poco el gran pedrusco y llegó la cumbre por la tarde sudoroso, extenuado y asqueroso. Una vez en la cima, saltito a saltito se acercó al borde; se asomó expectante. “Perfecto” pensó, viendo aquella altura vertiginosa, seguro que esta vez lo conseguiría. Mentalmente repaso su vida. Las  imágenes de su querida pintora se proyectaron como una película, ella también fue una valiente en esta vida de penurias. La había amado tanto. Sí, estaba dispuesto. Y respirando hondo saltó al vacío. Nadie se explicaría lo que sucedió acto seguido, pero los deditos empezaron a moverse involuntariamente. Tanto tanto tanto se movieron que Kahlito empezó a volar. Desde allá arriba el océano se veía precioso. Voló y vio los  edificios. Voló y vio las casitas de Acapulco. Voló y vio a la gente pasear. Voló con los pájaros a su lado. Planeó sobre muchas ciudades hasta llegar a Ciudad de México, planeó por encima de la casa de su dueña…La vio como nunca la había visto, hermosa… Fue entonces cuando el pie conoció lo que era la felicidad.
Desde que Kahlito me contó su historia, tengo dos cosas claras: que un trocito de Frida aún está viva y que los pies tienen alma.
Pili Egea

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